La pervivencia de los sesgos y estereotipos sexistas en la vida cotidiana sigue siendo un hecho a pesar de que no podamos olvidar los grandes cambios que se han dado en ese sentido durante los últimos años.
Antes del nacimiento, las expectativas familiares son diferentes según nos refiramos a una niña o un niño. La ropa, la habitación, los juguetes comienzan a ser diferentes. El trato también va a ser diferente. Las pautas de socialización diferenciales hacia las niñas y los niños aparecen ya en la familia, incluso antes de nacer, al asignar una serie de roles o papeles en función del sexo. Los roles de género son expectativas creadas sobre el comportamiento masculino y femenino que van a configurar a lo largo del desarrollo evolutivo lo que socialmente se considera como deseable para una mujer y para un hombre. Estos rasgos distintos «se supone» que emanan de manera natural y espontánea del sexo biológico y se van a ir interiorizando poco a poco hasta definir la personalidad adulta. Las marcas de género serán elementos decisivos para la formación de la madurez psicológica.
Existen multitud de trabajos que constatan cómo cuando se pedía a personas adultas que interactuasen con bebés de pocos meses sin conocer su sexo, éstas dedicaban más sonrisas y caricias cuando creían que los bebés eran niñas (en realidad eran niños), mientras que cuando pensaban que eran niños le movían más y les daban juguetes "propios de su sexo". Este trato diferencial era percibido por las propias criaturas que ya manifestaban su estupor hacia estas formas de trato muy diferente al dado en casa.
Durante los tres primeros años se estimula más físicamente a los niños que a las niñas, mientras que a las niñas se les acaricia y se les habla más. En cuanto a la actividad, si bien los varones presentan niveles más altos, también son más hiperactivos durante la infancia con las consecuencias negativas (accidentes domésticos) que ello acompaña; por otro lado las niñas adquieren más rápidamente un mejor nivel madurativo en cuanto al autocontrol.
Por lo que respecta a la agresividad ya desde edades tempranas niñas y niños perciben la mayor permisividad hacia los niños. Asimismo se ven modelos masculinos más agresivos (televisión, patios, casa). En muchos casos la propia familia refuerza la conducta violenta de los varones por medio de la práctica de ciertos deportes, juegos y empleos del ocio.
Ahora bien, también hay que decir que los niños no sólo reciben más refuerzos positivos a su actividad, también obtienen más castigos, con lo que se acrecienta la agresividad y se potencia la espiral de la violencia. La identidad sexual y de género se va configurando así, poco a poco, día a día. Pero el problema no esta en pensar que niños y niñas son diferentes sino en creer que las niñas son inferiores.
Las criaturas, al principio, no distinguen entre los elementos que determinan la identidad sexual, que tienen que ver con las diferencias biológicas, y los que determinan la identidad de género, que son atribuciones sociales que varían en función de las diferentes culturas, épocas, y lugares. Pero poco a poco los estereotipos de género se irán instalando, fruto del modelaje social.
A pesar de los grandes cambios sociales, la incorporación de la mujer al mundo laboral no ha supuesto de manera similar la incorporación del varón a la esfera de lo doméstico. Y aunque las actitudes suelen ser cada vez menos estereotipadas en las familias donde ambos cónyuges trabajan fuera, las criaturas observan que siempre hay una persona que se dedica más al ámbito familiar con lo que desde muy pequeñas intuyen que la figura con mayor poder y autoridad es el padre. Con ello se refuerza la interiorización de los roles de género. La etiquetación o rotulación mediante las marcas de género están ya muy consolidadas a los cuatro-cinco años, manifiestándose las diferencias en la elección de juegos y juguetes, ropas, cuentos, etc., y en el rechazo de aquellas actividades y objetos que socialmente se consideran del sexo contrario. Esta reacción es más evidente en los niños que manifiestan estar más rígidamente tipificados. Nosotras hemos observado que cuando se pedía a criaturas de cuatro a cinco años que intercambien sus juguetes, las niñas no tenían reparo en hacerlo, sin embargo los niños se negaban o daban muestras de ansiedad cuando se trataba de cuidar o abrazar a una muñeca, comentando que «es un juguete de niñas». La formación de la identidad masculina se va, pues, elaborando con el rechazo y desprecio, desde edades tempranas, de todo aquello que se considere femenino.
Por otra parte, las expectativas de éxito por parte de las familias son más altas hacia los niños, por lo que no debe extrañarnos que las niñas desde muy pequeñas manifiesten un nivel de aspiraciones más bajo que sus compañeros, eviten riesgos y consideren al padre con mayor autoridad en la familia, aunque la madre también trabaje fuera. Cuando se ha preguntado a escolares de ambos sexos sobre la profesión de sus progenitores, si la madre permanecía en casa, la respuesta más común era: «Mi padre trabaja en,...mi madre no trabaja (o no hace nada)».
En la etapa escolar, además de la observación de los modelos familiares, hay que añadir la influencia de los medios de comunicación de masas, fundamentalmente de la televisión. En este sentido las madres y padres deben plantearse la necesidad de educar a sus hijas e hijos para un ocio sano, constructivo y consumerista.
«La bomba de relojería que tenemos en la sala de estar de nuestras casas puede estallarnos un día, si es que no lo esta haciendo ya. El papel de niñera de la televisión nos debería hacer pensar acerca del tipo de mensajes que las niñas y los niños están recibiendo cada día».
Junto con la televisión habría que analizar el contenido extremadamente violento, xenófobo y racista de los viodejuegos, también llamados Games Boy (?). Si a esto añadimos la pasión de nuestros niños por deportes como el fútbol, que la mayoría de las veces suelen potenciar el enfrentamiento, la competitividad, el dinero fácil y el colecionismo sin sentido (cromos, banderines, bufandas, etc.) tendremos una imagen bastante certera de cómo los varones adquieren su identidad sexual y de género.
Por lo que respecta a las niñas, los juegos y juguetes propuestos tienen que ver con ideas exclusivas de cuidado, sumisión o para deslumbrar al varón. Las Barbies al uso componen un repertorio bastante aproximado del modelo de mujer esperado.
Durante los años siguientes y sobre todo en la adolescencia las diferencias se van a ir acentuando de manera cada vez más profunda. La adolescencia supone la entrada en una etapa de cambios de distinta índole (biológicos, psicológicos y sociales). Chicas y chicos sufrirán no solamente la presión de la familia para que aprendan a comportarse «como una mujer» o «como un hombre» sino que tendrán también que soportar la tiranía de los mensajes sociales y del grupo de iguales.
Pero las chicas «van recibir un doble mensaje; por una parte se les anima a ser independientes, pero por otro la familia y el medio les exige que sean atractivas y femeninas. Los conflictos entre feminidad y logro van a perseguir a lo largo de varios años a las adolescentes y a las mujeres»
Es determinante en muchos casos el papel de la familia a la hora de la elección profesional, eligiendo las chicas carreras más estereotipadas y a veces con menos salidas profesionales. Si bien el número de universitarias supera al de universitarios, las especialidades elegidas suelen ser principalmente de humanidades, estudios menos reconocidos socialmente y con más dificultades para su proyección laboral. Consideramos que las familias tienen que reflexionar acerca de los valores teóricos que por un lado pregonan y los que realmente proyectan en sus hijas e hijos. Quizás ya sea hora de que empiece a cumplirse lo que se dice. Y puede que la mejor manera sea empezando por su propia casa, antes de exigir a la escuela que actué.
Pero la familia actual ¿potencia valores democráticos cuando se asienta, la mayoría de las veces, en la obediencia a través del castigo y/o la prohibición; cuando el reparto de tareas en la casa no es equitativo; cuando se usan tér minos como «vete a jugar» o «ver la televisión» porque nuestros hijas/as molestan?. Podríamos reflexionar un momento sobre: ¿qué modelos de imitación estamos proporcionando a nuestras hijas e hijos? ¿cuánto tiempo dedicamos a jugar con ellas y ellos?¿qué programas de televisión ven? ¿y nos extraña que sean consumistas?¿qué juguetes les regalamos?¿no les estamos enseñando a ser más violentos, sexistas y agresivos?. Son preguntas de difícil respuesta pero quizás vaya siendo hora de que nos las planteemos.
Fuente:Sitio web "educando en igualdad".